
Cuando tenía 14 años (la misma edad que tiene mi hija hoy), mis sueños oscilaban entre dos extremos: por un lado, conquistar el mundo como directora de orquesta en tacones y por otro, poder recorrer pequeños pueblos remotos como misionera, con los pies en la tierra y el corazón en el cielo. En aquella época, veía el dinero como un mito lejano y solo existía para quienes lo heredaban, o para quienes se casaban con un príncipe azul. Con los años, aprendí que el poder real, está en la forma como administramos cada peso que llega a nuestras manos,

Desde muy temprano, me convencí de que las culturas sanas no se decretan, se construyen. Se tejen día a día, en los pasillos (ahora también en las pantallas), en las sonrisas, los retos, en las conversaciones difíciles, en la empatía y en la posibilidad de crecer sin tener que sacrificar la autenticidad.
Skandia ha sido para mí, una escuela, un laboratorio, un espejo. Me ha dado la posibilidad de aportar a algo más grande, de conectar bienestar y propósito, y de impulsar iniciativas que no solo transforman negocios, sino vidas.
Ser mamá me ha cambiado el ritmo, el tono y la forma de ver el mundo. Mi hija me recuerda todos los días que el éxito no es llegar más alto, sino llegar más clara, más liviana, más conectada. Me ha enseñado a escuchar mejor, a preguntar distinto y a reírme de mí misma (más seguido de lo que hubiera creído).

Y es igual con las finanzas: lo que saben hoy, les basta para dar el primer paso, revisar sus gastos, empezar un plan de ahorro o pedir ayuda a alguien que sepa y las pueda guiar en el camino. Lo importante, es empezar y mostrar voluntad cada día para seguir.
Liderar con propósito es un acto de valentía. Es apostar por una forma de estar en el mundo más genuina, más humana y profundamente poderosa.
Yo elegí hacerlo así: siempre desde el amor en cada situación, abrazando los retos, disfrutando el presente y con una clara intención de un futuro mejor.